domingo, 16 de noviembre de 2014

Otra clase de amor

El infierno es un día como hoy. Es un extraño zumbido en los oídos; un abismo de pensamientos destructores. Despiertas atiborrado de valium para el dolor de huesos, un ligero temblor en las manos es suficiente signo para saber que la has vuelto a joder. De verdad. Todo ese esfuerzo para dejarlo, todos esos meses de sufrimiento y de temblores nocturnos. Afortunadamente el infierno tambien tiene sus límites. Te das cuenta en seguida que ya no puedes seguir cayendo; que has tocado finalmente el fondo. Es como si llegaras al consenso que has recorrido tanto por nada, tanto tiempo para terminar en ese abismo, incapaz de moverte, de hacer algo para aliviarlo. Excepto por ese muro de verdades catastróficas que se alza infranqueable; es un castigo repetir los errores. La verguenza es poderosa, te sumerge en la agonía de ver sin poder hacer nada. De sentir una y otra vez hasta que empiezas a llorar, a rogar, a rezar para detenerlo. Lo primero que pierdes es la fe. Y jamás te das cuenta que pierdes al final.

Con el tiempo te levantas. Intentas dar la vuelta, enmendar los errores, perdonar, perdonarte. Sin embargo descubres que el camino de vuelta es complicado, escarpado, lleno de recuerdos avergonzantes. No puedes, y esa es la única verdad. Entonces decides quedarte, te acostumbras a ese infierno [; esa es la razón por la cual los adictos "nunca" se reforman]. Valoras la idea de volver por ese camino hacia la luz, un camino difícil, llena de gente incrédula y cruel, de esa gente normal, o la idea de aceptarlo, de vivir con esa cruz, de ver ese muro una y otra vez hasta que te cansas un poco. La decisión es tan fácil. Aún así siempre hay gente que toma el camino de vuelta; lo malo es que no sirve de nada. Cuando vuelves todo se ha ido, todo lo que tenías ya no esta. No eres tú nunca más. Te deprimes, te aislas, rezas mucho. Entonces tienes que elegir otra vez entre el infierno o el suicidio. Es complicado. La idea de volver con una nueva marca, una nueva imagen para tu muro de las verdades, el proceso de acostumbrarte. [Es una caída eterna, dolorosa, qué si quieres volver a intentarlo.] Te pones ansioso, lloras, el corazón literalmente te tiembla. Estas solo. El suicidio, piensas, no es tan mala idea hasta que te das cuenta que la gente se suicida todo el tiempo, y ¿qué ha cambiado? Nada. La gente sigue siendo cruel, las parejas siguen jugando a que se quieren mientras se engañan en hoteles baratos, la gente sigue prometiéndose para-siempres que duran un mes. Completas la idea de que el suicidio como salida es inútil. Excepto cuando piensas que el suicidio no es la salida fácil, sino que el suicidio es un comportamiento, el medio correcto para olvidar, el camino para excluirse de este mundo ajeno. El problema es que no es así, no es tan sencillo aceptarlo. Tardas horas, días, semanas. Hay personas que llevan prometiendo suicidarse desde que tienen cinco años, mientras que hay otras que no necesitan más de diez segundos. Lo cierto es que los primeros son unos idiotas en potencia, y los segundos son simplemente idiotas. Por eso el suicidio, pensar en ello, requiere de un trabajo mental constante. Al pasar el tiempo te obsesionas, buscas la razón de ese comportamiento. Lo vuelves un estilo de vida; estás en todos los suicidios, tienes binoculares, equipos de alta tecnología. Grabas los instantes previos a la muerte. Lees las cartas que dejan, los mensajes, intentas comprender que lleva a algunos a finalmente realizarlo. Luego tienes habitaciones enteras con videos, fotografías, ropa, restos de sangre; se convierte en tu colección privada de porno. Vives, respiras y comes suicidio. Es un motor difícil de parar. Luego empiezas a pagar suicidas; los contratas, les das aliento, te vuelves su seguro de vida. La idea es estar más cerca, más intimamente relacionado. Quieres explorar el suicidio desde la perspectiva personal. Empatía. Hay algo, o debe haber algo que los impulsa finalmente a cortarse la garganta, a saltar de un edificio. A envenenarse.

Te despierta el sonido del mensaje entrante en facebook. Tres nuevos aspirantes. Todos jóvenes, todos con demasiada vitalidad para seguir viviendo. Les ofreces el contrato, lo aceptan, depositas el dinero y te vuelves a dormir. Luego estas en la primera escena. Un primer plano. La gente inconscientemente se agita por el entusiasmo. El suicida lo hace, se deja caer. Lo grabas, tiene los ojos tristes. Como si luego de haber dejado "la tierra" se hubiese arrepentido. Le ocurre todo el tiempo a los suicidas. Es como si en un sólo segundo comprendieran lo que es la vida; es un momento crucial. Pero tambien es muy tarde. Es como llevar ropa nueva y tratar de pasar un charco sin ensuciarte; no es posible. Una vez que saltas, te cortas, o el método que elijas, pasas a ser de otra categoría. No existen las personas reformadas. Es un cuento chino, y muy barato. Finalmente lo dejas, no es lo que esperabas. Concluyes que es un suicidio común y corriente. Necesitas algo más, algo catastrófico como un terremoto de nueve grados. Has llegado tan lejos y sin embargo cada vez parece más complicado. Escasean los suicidas. O el mensaje de que los suicidios no cambian nada está dando sus frutos. No vacilas, tu segundo suicidio del día es un poco más interesante. Clasificas, los que saltan son los menos decididos. Hay cierta esperanza en el hecho de que alguien te salve. Pero este es un corte directo al cuello. El consenso entre los suicidas es que es la forma más dificil, necesita de más habilidades. Los errores se ven todo el tiempo. Navajas sin filo, cuchillos mal colocados, bisturis demasiado finos. Las consecuencias también son otro punto en contra. Cuando se hace bien, es rápido e indoloro. Si se hace mal el suicida puede esperar horas para desangrarse, o puede que alguien escuche los gritos de dolor y se salve. Es lo que pasa en tu segundo suicidio. Suspiras. Consigues descansar un momento, te tomas una soda dietética mientras observas familias enteras disfrutando un domingo por la tarde. Te preguntas si la felicidad y el suicidio no son las dos caras de una misma monedad, un contraste menos artificial que el de la felicidad y la tristeza. Esperas por tu tercer suicidio, un sobreviviente; puede ser interesante. Los repetidores son interesantes. Como si en el proceso fallido hubiesen acumulado todo el conocimiento del campo, como si realmente hubiesen entendido el suicidio no como la salida fácil, sino como el comportamiento del que siempre hablas. Son suicidas inteligentes, terminan conociendo los límites, las superficies que cubren un acto tan poco conocido. Son una nueva categoría de homo sapiens, homo suicidals. Son, en realidad, la evolución de la especie humana, porque no son más que el resultado de la selección natural en su faceta mas salvaje. [Sin intervenciones de ningún tipo, como si hubiesen dejado al hombre en libertad y salvajismo y este se enfrentara a la necesidad de morir para demostrar que es inmortal. Mas o menos.]

Este último suicida eres tú. Es un camino extenso, es un infierno personal muy doloroso. La vida, tu vida, se ha llenado de culpa, rebosa en verguenza. Cosas que antes creías avergonzantes ahora simplemente te parecen ridículas. Las convenciones, las normas sociales. Eres más que eso. Estas a punto de superar esa barrera de la gente común. En esencia eres esa nueva especie de la que todos hablan cuando piensan en personas inteligentes. Has elegido la guillotina. Corte limpio, mecanismo renacentista infalible. Lo ves y te imaginas al Rey poniendo su cabeza ahí, resignado. El asesinato es algo diferente, pero es más sencillo. El suicidio es desconocido; tiemblas ante la idea de que esa guillotina falle como la primera vez. Te aseguras que el control remoto tiene las baterías puestas. Presionas el único botón rojo. La cuchilla baja como un rayo. Funciona mejor de lo que uno espera. Te preparas, fijas las cámaras en todos los ángulos, compruebas que todas funcionan, que el sistema de streaming esta conectado y funcionando. Lees los números pequeños aumentando en una pantalla de computador: 5 millones de personas. Es una ceremonia, un ritual. Te quitas los anteojos, das una última mirada al lugar, comienzas a temblar. Cinco millones de personas viendo ese momento. Hay apuestas. El temblor se incrementa a niveles poco tolerables, empiezas a sudar, a respirar con dificultad, algo en la mano empieza a molestarte, tus manos dejan de responder mientras tiemblan con mas violencia. Casi vas a colocarte en el lugar indicado, y ya el temblor es generalizado. No puedes controlarlo. Temes no poder apretar el botón, o apretarlo en el momento incorrecto. Te arrodillas, respiras mal, respiras miedo. El instinto de supervivencia, de salir corriendo de ahí, de desaparecer. Y entonces te das cuenta que esa es la razón: que uno elige suicidarse porque descubre que no tiene a donde ir en la tierra. Uno podría esperar que cambie la vida, pero nadie puede escapar. No hay donde ocultarse. No hay a donde correr. No existe ninguna otra forma más que el suicidio. Es un segundo. Ocho millones de personas. Aprietas ese botón.


No hay comentarios:

Publicar un comentario