domingo, 6 de noviembre de 2011

Otra Vez Oscuridad

Andrea hizo el aspaviento acordado antes de ver el yate partir hacia la otra orilla. Era muy temprano; las luces de neón en los edificios de las Mass-Tech se movían en espirales formando líneas multicolores. Desde esa orilla opuesta, los edificios del lado se veían como figuras rectangulares cavitadas por luces blancas. Eran cientos de panales de abeja con luces que titilaban formando el hexágono de la Honda Multinational. Los japoneses siempre habían tenido un gusto por las formas un poco obsesivo, creían en los designios de la forma y el saber ancestral. Lejos, en la orilla oeste de la isla, el conglomerado de la Weng Mee Corporation se expandía a nivel del suelo; aunque parecían ser edificios de un sólo piso, todo la Weng Mee estaba enclavada en el mar. Como nadie había podido salir de ahí después de entrar se especulaba que tenía por lo menos cien pisos hacia abajo. Una rareza del género, más aún por las crecientes sospechas de los gobiernos Thais sobre algunas clínicas negras funcionando en los pisos noventa de la Weng Mee.

Una luz la sacó de su ensoñación. La linterna le produjo un escozor en la pupila que se contrajo automáticamente y sintió como el haz de fotones recorría su recién implantado centro fotosensible. Volvió la vista hacia atrás para acomodar el espectro electromagnético y descubrió que otra vez se había averiado. Instintivamente reconoció que esa no había sido una luz blanca normal, sino alguna especie de laser claudicante y aquello la hizo saltar hacia atrás ejecutando un mortal combinado. Tres balas sónicas le pasaron rozando la oreja izquierda. Volvió a saltar, pero esta vez hacia adelante. Saco la Katana, pero le era imposible enfocar, usando un sólo ojo, a quien quiera que le haya disparado. El golpe vino de atrás. El silencioso disparo le había atravesado el abdomen, dejándola con un agujero del tamaño de una pelota pequeña. Se giró dejando la Katana en el suelo, y observó a una mujer hermosa, joven, sonriente, guardando el disparador sónico. El ojo sano se le abrió por la sorpresa cuando descubrió que aquella mujer también tenía una Katana. Dejó de verla y enfocó su vista en el edificio de la Mass-Tech que empezaba a borrarse. Un pequeño transmisor en su cabeza empezó a emitir un sonido dentro de ella. Y luego sólo sintió su cabeza desprendida de su cuerpo. Había sido tan rápido que aún la orden de mover los dedos no había llegado a su destino. Los ojos empezaron a cerrársele. Pronto se puso todo oscuro...

La niña de ojos verdes se sentó en la orilla y contempló el paisaje. Amanecía. Las luces de aquellos panales se oscurecían y el mar que la separaba de su objetivo se teñía de un marrón extraño. Vio aparecer montoncitos de desperdicios flotando y otros chocando contra la orilla. Luego giró hacia un lado y vio la cabeza de la chica muy cerca de la orilla. No sabía quién era aunque le provocaba una enorme curiosidad. Le había gustado de ella el ojo metálico derecho, por alguna razón había sentido la necesidad de usar un láser de pulso electromagnético. Era puro instinto y no se había equivocado. Aquello la había incapacitado mucho. Había sido demasiado fácil dispararle desde muy cerca y aún más cortarle la cabeza. Se puso de pie y acercándose a la cabeza de la chica, le quitó el redondo metálico. Ojos verdes se contemplo en el reflejo plateado. Faltaba muy poco.

Julieta volvió a caminar cerca del hexágono de la Honda Multinational aunque ahora lo hacía lentamente. Aquella madrugada había un ejecutivo de ventas en la puerta del hexágono que la miró de reojo. Con seguridad estaría usando algún tipo de ojo-radioactivo para comprobar que ni ella ni nadie cerca llevaran un arma. Pasó por otra puerta que parecía cerrada pero al acercarse más descubrió que había una rendija lo suficientemente grande para observar dentro. Al ponerse muy cerca, oyó el sonido constante que provenía de alguna máquina. Luego de unos segundos descubrió que aquello era música; después de tanto, lo único que no le habían podido regresar a la normalidad era su nervio auditivo, todavía le costaba mucho trabajo acomodar frecuencias esenciales, y le habían dicho que posiblemente nunca lo lograría. Empujó la puerta y una escalera dirigida verticalmente hacia abajo le dio la bienvenida. Los sonidos disonantes le llegaban en oleadas imposibles de acomodar. Puso un pie en la escalera mientras tocaba con uno de sus finos dedos detrás de la oreja. Pronto el sonido se hizo más claro, empezó a distinguir cada melodía y sonrío al reconocer perfectamente la música. Eran instrumentos electrónicos. Siguió bajando lentamente y pronto se halló envuelta en un mar de luces de neón cortantes, humo y música que le llegaron a acariciar las neuronas. Sintió el sabor de la planta de opio impregnada en las paredes. El calor empezó a molestarla mientras pasaba por el borde del lugar. Podía sentir además del opio, toda clase de sustancias alucinógenas antiguas frotándole la nariz y los pulmones.

Llegó a una puerta trasera, muy en el fondo, donde dos tipos la miraron con curiosidad. Eran Punks. La música era estupendamente divertida. Sentía como si volara. Pronto una chica se le acercó y le tomó de la mano. Julieta apenas la había visto venir y lamentó haber estado tan distraída. Sin embargo, la chica no le hizo nada, sólo la condujo hacia otra puerta, una puerta rosada y adornada con luces de neón verde que iluminaban la piel de serpientes exóticas. La chica no tocó pero un tipo grande, gigante, salió y la miró. Luego se hizo a un lado y Julieta entró con ella. La puerta se cerró y la música desapareció. Julieta sintió como si le bajaran el volumen a un radio intempestivamente. Volvió a tocarse la oreja, y un bip constante le siguió durante muchos minutos. Volvió la vista hacia un escritorio de madera y el enorme sillón morado que mostraba el respaldar. Se fijó pronto en el hombre que acababa de aparecer al girar el mueble. La primera vez le había tenido miedo, un terror único, ahora sólo sentía como el corazón se desbocaba de repente, aunque la sensación últimamente le durara segundos.

Era grande, y los colmillos le sobresalían por los costados de los labios; el pelo lo llevaba como un Punk, crestas y verde. Pero lo más llamativo eran los anillos de sus manos. Julieta la primera vez debió contar por lo menos cincuenta. Ahora ella podría jurar que había más. La luz roja de la oficina tenía un contraste especial con aquel tipo. Pero había algo aún peor, tenía unos ojos vidriosos rojos, que parecían echar fuego. Brillaban extrañamente por el efecto que producía el ventilador en el techo. Julieta se empezaba a extrañar que aquella vez no la hubieran revisado hasta que se dio cuenta que no hacía falta. El vendedor que había visto en el hexágono de la Honda Multinational estaba ahí, quieto y en silencio, parado en una esquina.

Julieta salió de ahí apagando incluso el receptor de sonidos normal. Caminó rodeada de un silencio sepulcral mientras atravesaba como una fantasma las calles adyacentes a los edificios de la Mass-Tech. Vio a los comerciantes de piezas de segunda vender sus cachivaches a los turistas interesados. Vio a un grupo de neo punks saltar por vallas usando sus motocicletas mientras sus mejoras visuales les daban un aspecto muy sofisticado. Vio además que todos la miraban fascinados. Había entendido un mes después esa curiosidad. La llamaban Asynt, un humano sin mejoras tecnológicas. En realidad el sensor auditivo era una operación de medicina convencional. Sólo era un rectificador. Aunque por unos cincuenta mil nuevos yenes hubiera podido conseguir un nervio auditivo sintético, y una operación de diez minutos.

Cruzó el último vértice de la Mass-Tech y se introdujo por un callejón estrecho que le dio salida a otro más pequeño, y luego a otro mediano, y finalmente llegó al corazón del laberíntico sistema de suburbios. Había tantos callejones que todos estaban a un paso de perderse. Julieta en cambio, no se había equivocado jamás. Cruzó por tiendas, recicladoras, otros callejones llenos de Punks y Gothics, más tiendas y más recicladoras, niños jugando con sus nuevos implantes, niñas usando sus nuevos brazos sintéticos, hasta que llegó bajo un edificio oscuro. Lo miró y recordó por que no le gustaba. Esperó el sonido chirriante de la caja metálica, y entrando presionó el botón que decía Up, la subida tardaría dos minutos. Fijó la vista en el techo y vio como los pisos avanzaban hacia ella a velocidad constante, sintió el mareo y cerró los ojos. Muerta, se dijo para sí misma.

La niña de ojos verdes subió al tranvía subacuático y esperó que los motores se encendieran. Lo había visto cruzar el mar como una anguila furiosa en medio de la basura. Ahora ella sería el tranvía. Con calma se acomodó en un asiento al final mientras la gente se alejaba de ella al ver la Katana. Ella no quiso seguir viendo su expresión de miedo, así que cerró los ojos, pensando en lo bien que se había sentido al matar a la chica en la orilla. Metió una mano en el pequeño bolsillo de su diminuto polo y saco el redondo metálico. Lo lanzó al aire y sonrió a la vez que el vehículo se ponía en marcha.

Julieta empezó a juntar los accesorios de su última caja cuando el vendedor que había visto dos veces esa mañana entró por la ventana. No se sobresaltó porque desde que había pasado el vértice azul de las Mass-Tech tenía la sensación de estar siendo seguida por alguien. Había intentado escabullirse en el laberinto pero quien la seguía era especialmente rápido, así que sólo se le había ocurrido esperarlo, y ahí estaba. Pulcro como hacía unas horas y con los mismo lentes negros que le cubrían toda la vista. Al principio Julieta pensó que eran unos lentes, pero luego se percató que estaban impregnados al rostro; por la calidad del implante Julieta pensó que aquel tipo sólo podía ser dos cosas en la vida, y entre ellas no estaba el ser vendedor.

Ella había visto muchos tipos como aquel, pero la mayoría eran impostores. Él era diferente en todo sentido, todo era caro en sus implantes, todo tan sofisticado y bien hecho; pero aún peor era la sensación de muerte que impregnaba al ambiente. Vio lentamente el deslizar de un arma por debajo de sus manos. Julieta se incorporó y lo miró con algo de miedo. Pero el vendedor sólo atinó a acomodarse en un sillón de la habitación con increíble rapidez mientras acariciaba entre sus dedos puntiagudos su arma sónica. Incluso aquel artilugio tenía la firma de la compañía Cobra, y a Julieta no le quedaban más dudas de lo que ese tipo era. Ahora que sabía que era, ella empezó a preguntarse qué quería. Pero no la molesto ni una sola vez, sino que se limitó a observar, primero las paredes y luego el hermoso paisaje que empezaba a oscurecer en la gran ventana de la habitación. El sol se alineaba a lo lejos entre las columnas de humo que subían a la atmósfera desde las fundiciones en el este de la isla; Julieta en cambio se sintió incómoda, pero aquel tipo ni siquiera habló, ni hizo nada.

La niña de ojos verdes cruzó el mar y descendió en la bahía de pescadores. Sintió un aire viciado por los peces contaminados, pero pronto se acostumbró. Vio en ese momento el sol resguardado por las columnas de humo que lo acompañaban en el ocaso. Vio además que las luces de los edificios que ahora tenía frente a ella empezaban a iluminarse. Sonrió cuando el edificio más grande encendió la luz de neón que formaba el nombre de la Mass-Tech. Siguió caminando por la calle que llevaba al vértice azul de los edificios. A su lado el murmullo crecía y se desvanecía. Pero a ella no le importaba, aún con el olor del pescado putrefacto, podía sentir el miedo en su objetivo.

Julieta cayó rendida después de haber dispuesto todo en las cajas, no podía mantenerse más en pie, así que pensó que sería bueno descansar. Cuando entró en el departamento, el vendedor ya no estaba, y el sillón sólo tenía una pequeña arruga. Se deslizó en él, y apenas lo hizo los ojos se le cerraron, aunque se dio cuenta que no podía dormir. Recordó las drogas para dormir e intentó alcanzarlas, pero el frasquito de la mesa estaba vacío. Se extraño porque ella no las tomaba excepto en raras ocasiones, por lo que deberían estar llenas. Volvió a su lugar en el sillón y contempló la brisa que empujaba la cortina. Todo estaba empezando a pasar de nuevo. Había tenido un mes calmado, había encontrado una clínica negra barata donde la habían rehabilitado estupendamente y además estaba empezando a plantearse una vida lejos. Y Chiba le había parecido un buen lugar para empezar, pero sus planes otra vez se estaban desmoronando. Ahora ya no era un lugar seguro. A veces se preguntaba qué pasaría si moría. Entonces se quedó dormida.

La brisa aún golpea las cortinas pero hay un silencio muy raro en el ambiente. Julieta se incorpora y ve que vendedor está en cuclillas fuera viendo la ciudad, inmóvil. El se da la vuelta y la mira inexpresivo. Julieta vuelve a sentir miedo al ver el arma sónica que está lista, ella empieza a hartarse del silencio cuando vendedor pasa a su lado de un salto y la mueve justo a tiempo para evitar la bala dirigida a su cabeza. Pronto todos los muebles y la pared derecha empiezan a ser despedazados por la fuerza de un arma. Vendedor toma otra vez a Julieta y la saca haciendo un agujero en la pared contraria. La niña de ojos verdes salta frágilmente y recarga el disparador sónico; vendedor la mira y por un segundo se queda paralizado pero luego tomando a Julieta desmayada salta al vacío. Ojos verdes sonríe.
Julieta siente como caen por cada piso. Vendedor salta uno y otro con asombrosa velocidad, luego desaparecen entre los callejones estrechos de los suburbios. Ojos verdes aparece por el agujero.

La niña de ojos verdes ha llegado y ha estado a punto de terminar su tarea, pero ese ninja blanco la ha salvado. Por muy poco. Y ahora el ninja blanco huye con el objetivo. Ojos verdes sonríe. Vuelve a la habitación, y ve en el reflejo de un espejo roto la marca roja de la bala sónica en su mejilla. Sonríe otra vez. Me gustan sus ojos.

Julieta despierta pero es incapaz de recordar donde esta, sólo escucha el sonido de una avioneta incrementarse a cada segundo. Ve los asientos de un compartimiento, pero no lo logra, y se vuelve a desmayar.

Ojos verdes va en dirección correcta. Mira la puerta oculta junto a la Honda Multinational y entra. Tiene un encargo extra, un pequeño regalo de parte del señor Anderson. Luego podrá encontrar el objetivo que se aleja volando.

5 comentarios:

  1. Rojo, leerte es como entrar en otro mundo. Estas cosas futuristas me llegan a la mente con oleadas de miedo y de sentimientos raros, a veces tristes y deprimentes. Pero me encanta. Un beso.

    ResponderEliminar
  2. inteligente uso de narradores, que no hace mas que demostrar tu virtuosismo y versatilidad para contar buenas historias. excelente, rafael. un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Bellarte: ¿Tristes?, vaya... interesante. Jeje, ya me contarás más. Más detalles.

    Un gusto que sigas leyéndome. Abrazos

    Ludobit: Gracias por el comentario, un gusto tenerte como lector y escritor. :) Además que le has atinado al gazapo de este relato: el título.

    Buenísimo. Un abrazo, Ludobit

    ResponderEliminar
  4. Rafael me gustó el texto, entré al tiempo donde tus personajes rotulan, me gusta el espacio que usas en ellos, un abrazo grande

    Gracias por tu presencia en mi blog en esos momentos

    ResponderEliminar