domingo, 30 de octubre de 2011

Road

La vida ha cambiado muy poco. El corazón de Fallot sigue siendo la epidemia más desastrosa de toda la humanidad y si la tendencia continúa, un día se van a tener que terminar los corazones artificiales. Gracias a dios que yo nací normal. Mi corazón sigue siendo fuerte y sano, con ruidos cardíacos normales y esa forma tan peculiar de latir. Es música en su estado más puro, una cadenciosa forma de vivir. El tic-tac incesante del reloj humano. Maravillosa creación de los hombres. Dioses ingratos y destructores de su propio milagro. Decía Alan N. Curtis en «Ensayo sobre Facebook» que los hombres son feladores de sus propios órganos mientras estos mantienen su vitalidad, pero que una vez se enferman empiezan a ver el falo del otro para reírse de él. Un ritual de automutilación del significado de la palabra vida, acotaba. Pero este señor Curtis, estaba loco, que sabía él de la vida.


Mucho.


Conocí a Alan N. Curtis en su primera conferencia, cuando él todavía era un estudiante un poco soso y agilipollado, que vestía camisa manga larga y unas gafas amarillas del universal Xandú. Era excéntrico a millones de años luz, hubiera sido imposible describirlo mejor. Realmente estaba loca para querer saber que tenía que decir ese estudiante universitario, que por lo que a mí respecta, como mucho habría gozado de los placeres carnales de su mano. Pero, que podría hacer, no me pagaban para quejarme. La prostitución de la vida, diría el Alan N. Curtis de esa ocasión, es el trabajo porque está prohibido quejarse de él siguiendo la línea de razonamiento que dice que si no trabajas, no hay dinero, y si no hay dinero, no comes y entonces mueres. Pero ¿porque no deberíamos quejarnos?, decía el joven Curtis, porque quejarse contradice las normas de las personas normales. Esa gente estúpida que desde que tienen diez años viven pensando en el futuro, en los carros, en las casas, en la esposa y los hijos que tendrán. Esa gente que en el futuro trabajará para no morir. Curtis reflexionaba ¿La vida se trata de eso, de aburrirse con la misma mujer (habiendo tantas) y los mismos hijos? ¿No se supone que la finalidad última del hombre de nuestra era y de todas las anteriores es no-morir? Pues no. La finalidad del hombre es la felicidad; si uno llega a ser feliz una sola vez en su vida está hecho, debería sentirse bien consigo mismo, y con su especie. No esas gilipolleces, decía Curtis, de autorrealización, de metas alcanzadas y millones de fotos sonrientes de vacaciones. Como valor eso no vale nada. Entonces ¿donde está la felicidad?

Curtis había leído en esa conferencia un capítulo de su, actualmente, famoso libro: Otra vez oscuridad. Aunque el respetable apenas lo aplaudió, incluyéndome claro, las críticas de la prensa especializada y de referencia fueron demoledoras. Alan N. Curtis era un peligro naciente para la sociedad por que atacaba los cimientos de la convivencia normal de las personas, la moral y las buenas costumbres, lo políticamente correcto y su discurso de apología de la felicidad se basaba en unas cuantas alucinaciones producto de su falta de madurez intelectual. Curtis tenía quince años. Por mi parte escribí una crítica a la altura; naturalmente me despidieron, pero por primera vez no me importó, por fin alguien me había mostrado el verdadero fin de la vida.

Claro que también escribiría el (supuesto) obituario del señor Curtis a sus treinta y tres años, dos años después de publicar Ensayo sobre Facebook. Imaginen el libro más leído, más odiado, más quemado, más premiado, más maldecido, más usado como consolador, pues eso, en resumen, era Ensayo Sobre Facebook. Horas más tarde en mi habitación la voz del joven Curtis aún resonaba en mi cabeza. Había dicho además que uno puede llegar a saber qué tipo es cada persona, cuando luego de una decepción lo primero que hacen es tirarse a las vías del tren. La máxima de la selección natural.

Después de aquello no volví a pisar una universidad. Tomé mis cosas y salí a buscar el significado de la vida, me empeñé en alcanzarla, y por eso nunca más volví a escribir en un medio periodístico especializado; en realidad terminé escribiendo artículos para mujeres en una revista rosa: Cromosoma Z. Básicamente consiste en decirle a TODAS las mujeres que pueden montárselo con cualquier cosa que sea bípeda y tenga un pene. La misoginia invertida y reducida a gritos de mujeres que dicen ser libres y que eso las hace poderosas. Ilusas. Se trata de publicidad, de cuantos consoladores de cabeza atómica se vendan depende mi sueldo, y eso es lo que hago, decirle a las luchadores de los derechos femeninos que pueden meterse in-útero cosas cada vez más grandes sin temor a morir desangradas, que pueden operarse dos canales vaginales y así experimentar, etcétera.

El problema conmigo es que siempre he tenido dieciocho años. Y estoy muy orgullosa de ello, por seguir teniendo todo mis atributos físicos en el lugar correcto mientras Cromosoma Z se alimenta de las desgracias de sus lectoras que nunca tienen suficiente con los dobles canales vaginales ni los consoladores con cabezas de uranio; pienso, le digo a Curtis en mi millón trescientos mil correo electrónico no respondido, que esta es precisamente esa degeneración de la felicidad de la que él habla en el capítulo «Porqué merecemos todos morir». Hay una ligera sospecha natural, escribo, que nos dice que la estamos cagando, pero nadie tiene el valor de decirlo. Estamos completamente equivocados en la dirección, colega. Estoy volviendo a soñar con Laura, Andrea y Adi. Ha pasado tanto tiempo desde que dejaron de aparecer en mis conversaciones del chat. A veces me dan ganas de creer en la resurrección de los muertos. A Laura la extraño más porque nunca le dije adiós, y a pesar del Síndrome de Asperger siento una tristeza profunda y tengo ganas de llorar viendo su fotografía a la derecha de mi escritorio, sus cartas esmeradas escritas con sangre. Hay cosas que no cambian simplemente porque son tú. Más o menos.

No he vuelto a ver a Alan N. Curtis desde la primera vez. Me he pasado año tras año queriendo encontrar asiento en sus conferencias clandestinas desde que lo declararon enemigo público internacional, algo así como el terrorista número uno más buscado. Su cabeza vale oro, quizá oro y algo más. Pero es imposible. Mi vehículo trimotor se mueve por una autopista desvencijada y repleta de campos verdes primero y luego campos secos amarillentos. Es increíble que aún pueda mover mi hermoso trasero después de treinta horas sentada; más increíble aún que siga buscando el camino. La mayoría de gente siempre se echa atrás después de veinticuatro horas, como cuando se casan o están de novios, y algunos «expertos» aún se sorprenden. Dice un pasaje de «Otra vez oscuridad», que la monogamia viene a ser lo mismo que la entropía en el universo, que al final terminaremos acostándonos con el amigo del colega, o con la mujer del amigo del amigo del colega. Ha empezado a llover y la carretera se ha vuelto sinuosa, de tierra y creo que no voy a llegar a ninguna parte. Puto Curtis.

Una bocina de Audi antiguo me revienta los tímpanos. Freno instintivamente y miro por el retrovisor que el Audi ha estado a punto de llevarme de encuentro. Suspiro, maldita sea, de donde rayos a salido. Pongo marcha atrás y dejo vía libre; pienso en lo armonioso del Audi. Mientras mi trimotor es una de esas cosas que no te importaría tirar en la próxima recolección de basura. Una chica asoma la cabeza desde el asiento trasero y me dice que si estoy perdida. Le digo que sí. Dice que se llama Chica Dulzura y que lo mismo que yo, que son cuatro y buscan a un tal Alan. Se ofrece a llevarme y no puedo sino agradecer. El trimotor no se piensa mover un sólo centímetro más en ninguna dirección.

Subo. Es tan extraño que me sorprende reconocer que todos son unos críos. Quizá no tengan más de quince años. Adan, Tab, Dulzura y Ameba. Ameba duerme junto a la puerta trasera derecha y ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Dulzura me sonríe, como queriéndome dar confianza. Tab mira por el retrovisor y luego vuelve a ver el camino. Adan conduce. Son todos criaturitas ciberpunk. Viajamos por esa carretera de tierra sinuosa, no ha dejado de llover en horas. Adan y Tab intercambian sus asientos con relativa frecuencia. Tab me mira y creo que está enfadado por algo. Es como si no le cayera bien. Dulzura en cambio es diferente, es como si le cayera muy bien. Más tarde Ameba me dice que Tab está colado por Dulzura de tal modo que todo lo que se acerque a ella pasa inmediatamente a ser el enemigo. Ameba es la chica inteligente, me recuerda a Adi, sabe donde esta cada cosa de ese rompecabezas que no todos pueden armar. Bajito me dice que Adan está colado también por Dulzura pero que no lo dice por miedo a Tab, aunque alguna vez se han besado. Llevan viajando tres días. Ameba vuelve a dormirse y Dulzura sigue pegada a unos de mis pechos. Tab mira demasiado por el espejo retrovisor que me sonrojo. Adan duerme en el asiento delantero. Sigue lloviendo, un relámpago adorna el atardecer y todo vuelve a ser lo mismo por enésima vez.
Nos hemos detenido en algún lugar. Me he quedado dormida y no se por cuánto tiempo. Ameba no está ni Dulzura ni Adan. En cambio Tab sigue viéndome por el retrovisor ya sin ningún reparo aunque no dice nada. Giro la vista y espero. Esos segundos se hacen eternos y me siento atrapada entre Tab y el asiento trasero. Quiero salir pero algo me mantiene atada a ese lugar. Pero no sé si seré capaz de soportarlo por más tiempo. Entonces Tab empieza a llorar bajando la cabeza. No sé qué hacer. Bajo del Audi y empiezo a correr en cualquier dirección. ¿A dónde me ha llevado mi felicidad?

Me detengo en el borde de un precipicio. Los campos verdes se aplanan entre ellos, ahí debajo formando un mar de terciopelo verde inmenso. Me siento y respiro. Aguzo el oído y escucho unos pasos apresurados, me doy vuelta y es Ameba que viene llorando. Me dice que Tab ha hecho algo y está desangrándose. Volvemos. Chico Tab está aún en el asiento con la cabeza apoyada en un ángulo extraño y con las manos cortadas en muchas direcciones. Le tomo el pulso que es débil pero creo que si hago-hacemos algo se salvará. Amarro un trozo de tela por encima del codo y lo comprimo. Tab se mueve. Hago lo mismo en el otro brazo. Lo recostamos, esta frío y sudoroso. Tab no se ha vuelto a mover pero el corazón aún late aunque muy débil. Un milagro de los corazones artificiales. Dulzura y Adan vuelven muy tarde. No lo pueden creer, se miran el uno al otro y sueltan a llorar en silencio.

Estamos otra vez en la carretera, avanzamos por unos campos de girasoles, ha dejado de llover. Tab respira entrecortado y se queja del tubito que tiene en la venas del brazo. Le he quitado ambas compresiones en los brazos, pero parece estar mejor. Dulzura dice que es un tonto, que seguro se ha olvidado de la ley número quinientos-algo que dice que para cortarse hay que tener algún ser vivo al costado en caso de emergencia. Todos ríen incluso Tab que mira a Dulzura en plan súplica. Y ella sólo le sonríe, le da ánimos. Ameba me dice que Curtis (ella lo llama tío monísimo) piensa que la forma más cruel de matar a alguien es dándole esperanzas. Por fin llegamos. Adan estaciona el Audi tras algunas plantas muy altas, en realidad, lo oculta. Caminamos un rato hacia el borde de la colina donde nos hemos detenido. Miro el campo delante y lo primero que distingo es una especie de granja. Y no tardo ni un segundo en reconocerlo. La casa Curtis, el teatro Curtis.

El prólogo del libro de Curtis lo escribió J.M.N, en él relataba que cuando Curtis terminó de dar su primera conferencia internacional cientos de personas solían visitarlo en su granja que más tarde sería conocido como el Gran Teatro Curtis. La gente, en las presentaciones, solía leer pasajes de Ensayo Sobre Facebook y Otra vez Oscuridad, mientras se suicidaban en masa. J.M.N lo calificó como asquerosamente estúpido pero extraordinariamente efectivo. Escribió además que Curtis era una especie de genio, pero que había usado el cerebro en la dirección equivocada, aún así lo consideraba alguien diferente y que eso lo había llevado a escribir el prólogo. Apenas tenía un párrafo.

Me percato que no somos los únicos. Una chica está cerca de nosotros y mira con tristeza como esas máquinas se acercan y alejan como hormigas. Son las diez de la mañana. Tab está mejor, y muy lento dice que hemos llegado muy tarde. Van a destruir la granja. Nos volvemos. Una explosión ensordecedora nos obliga a detenernos. Y luego corremos de vuelta. La chica a nuestro costado tiene un disparo en la cabeza, su mano derecha aún retiene el magnum, sonríe, Ameba dice que si podemos hacer algo, y de pronto de los acantilados caen muchos más como hojas mustias y sus agujeros de bala en la cabeza. Otra explosión y la granja desaparece en una voluta de humo que dura muchos minutos.

Viajamos por otra carretera. Pasamos campos verdes y amarillos hasta que nos detenemos junto a mí trimotor. Subo a él, y por la ventana Dulzura y Tab abrazados me dicen que ha sido un gusto conocerme. Ameba me dice que ya me tiene agregada al Facebook y Adan me sonríe con cariño. Apenas enciendo el auto, un aviso del nuevo portal Facebook me dice que tengo cuatro nuevas invitaciones. Veo desaparecer el Audi en la autopista, y otra vez estoy en camino pensando en mi próximo artículo para Cromosoma Z:

... Lo habéis confundido todo chicas. Os habéis comido el cuento de que la felicidad depende del tamaño y no sabéis como me alegra deciros que estáis completamente equivocadas...




[Antes de todo, gracias por sus buenas vibras con lo de mi columna (ya esta mejor) :), son geniales. Ahí va un relato más, espero lo disfruten tanto como yo lo hice escribiéndolo. :). Para el video una pista que tardé dos años en encontrarla y en la foto Hwang-Mi-Hee.

No olvido además que Bellarte le ha concedido a este blog un premio, y que para servidor y su blog significan un gran reconocimiento :), gracias Bella.

Ando algo corto de tiempo, espero descongestionarlo esta semana, pero ya me paso con calma por sus blogs para leer y comentar, :D]

3 comentarios:

  1. Esta entrada me va a producir sueños a largo plazo.
    Un beso.

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  2. claridad en la prosa, nitidez en las ideas, hacen que el relato fluya y que lector quiera mas y mas en vez de fijarse en la extension. good job, my friend :)

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  3. ay me tengo que poner las pilas para leerte!

    pero hoy no puedo, al final de la semana si...

    adoro que escribas, eres un genio!

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